Era una cálida noche de verano, la luna se alzaba sobre el cielo de una forma tan espectacular que resultaba vertiginoso mirar hacia ella. El calorcito tipico de la época hizo que un niño, se asomara a su patio para poder contemplar a la grandisima dama de la noche. Una vez allí, sumergido en un momento de profunda meditación, le confesó que se había enamorado, que sentía como se despertaba cada una de sus terminaciones nerviosas al hablar con la persona de su vida. Sabía que era algo grande lo que se le venía encima, tenía miedo, pero decidió salir adelante. Se supone que correr riesgos no es lo mismo si se hace pensando en la persona sobre la cual gira tu vida, o al menos eso es lo que sientes. Pues bien, aquella noche todo empezó, la situación daba todo de sí para que fuera un momento realmente mágico, un momento que difícilmente se repetiria alguna vez en la vida, ese momento en el que esos sentimientos que atraviesan tu cuerpo sientes que quieren salir, abrirse paso entre las estrellas del firmamento para poder gritar con todas las fuerzas ese tan aclamado, tan mágico TE QUIERO...
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